domingo, 26 de junio de 2011

La ONU criticó las “presiones” a los países en crisis

Por primera vez desde que se desató la debacle económica y financiera en Europa, la Organización de las Naciones Unidas reprochó las exigencias de los organismos financieros internacionales a los países afectados por la crisis y que requieren de su ayuda. Les reprochó la “escasa” atención que prestan a "las consecuencias sociales" de las políticas que promueven.
"Las medidas de austeridad adoptadas por países como Grecia y España frente al excesivo endeudamiento público no sólo amenazan el empleo en el sector público y los gastos sociales, sino hacen que la recuperación sea más incierta y frágil", dijo un informe presentado por el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales (DESA) de Naciones Unidas.
En su criterio, la creciente presión para la consolidación presupuestaria y el endeudamiento público "han limitado de manera importante el margen de maniobra" en los países desarrollados, cuyas posibilidades de acción son cada vez menores conforme la crisis persiste.
Por esto, aconsejó que "los gobiernos deben reaccionar con prudencia a las presiones en favor de la consolidación presupuestaria y de medidas de austeridad si no quieren arriesgarse a interrumpir su recuperación económica".
En una rueda de prensa en Ginebra, el secretario general adjunto de DESA, Jomo Kwame Sundaram, explicó que cuando se observó la magnitud de la crisis financiera internacional "el énfasis fue puesto en el rescate del sistema financiero, lo que era necesario", pero debieron seguir otras medidas que no llegaron.
Comentó que se observa "un marcado distanciamiento" con respecto a las respuestas iniciales a la crisis, caracterizadas por la voluntad de estimular la economía, para insistir en medidas de austeridad fiscal.
El informe recomienda aplicar políticas anticíclicas que permitan estimular la actividad económica en situaciones de recesión o pre-recesión. Así y todo, el p pronóstico del organismo es más bien pesimista al vaticinar que las consecuencias de la crisis mundial en términos de pobreza, hambre y desempleo persistirán por varios años, tanto en países ricos como pobres.

PAGINA/ 12 - VERSIÓN DIGITAL - MIÉRCOLES 22-06-11

sábado, 28 de mayo de 2011

CIPAYOS O PELOTUDOS....?

Polémica por la llegada de un buque inglés
Llegará hoy al puerto de Comodoro Rivadavia el polémico buque perforador “Stena Drillmax” de bandera británica, que fuera contratado por la empresa petrolera Repsol-YPF para explorar la cuenca de las Islas Malvinas.
Rumbo a Malvinas. El buque perforador “Stena Drillmax” estará hoy frente a la costa de la ciudad.
Si bien el barco no ingresaría al muelle debido a la falta de infraestructura para operar sí está previsto el amarre del carguero Normand Baltic, de 98 metros de eslora con bandera perteneciente al protectorado británico que tenía previsto ingresar anoche al muelle con permiso de giro hasta el lunes inclusive. 

Luego será el turno del remolcador Normand Skarven de bandera noruega -90 metros de eslora- con la misma tarea de asistir al buque perforador de materiales en cuanto a aprovisionamiento, traslado y control ambiental que estará a cargo del remolcador “Yamato” que en diez días podría llegar a la zona.

El Baltic y el Skarven responden a la empresa Solstad Offshore ASA de origen noruego pero contratada a través de las oficinas en Escocia, por parte de la socia británica Solstad Offshore UK.

Los trabajos petroleros se realizarán en la cuenca adyacente a la zona de exclusión de las Islas Malvinas, al sudoeste del archipiélago con la perforación de un pozo, el Malvinas X1, que será efectuado por el buque perforador “Stena Drillmax” que cuenta con capacidad operativa de hasta 3 mil metros de profundidad en el agua y apto para trabajos en condiciones hostiles. 

La búsqueda de reservas de hidrocarburos se desarrollará a 300 kilómetros de Río Grande y a 498 kilómetros de Río Gallegos en mar Argentino, en un área marítima fuera de la disputa con Gran Bretaña.

El “Stena Drillmax” es un buque perforador de petróleo de bandera británica que de acuerdo a denuncias, habría “ocultado” su nacionalidad durante su estadía en la Base Naval de Mar del Plata, camino al sur. 

Es de propiedad de la compañía Stena Drilling Ltd. que tiene su sede en Aberdeen, Escocia y que inclusive guardaría una estrecha relación con otros barcos que tuvieron activa participación durante el conflicto de Malvinas, reparando y abasteciendo a los barcos de guerra de la Royal Navy además de asistir a submarinos británicos que patrullaban el Mar Argentino durante la posguerra. 

El “Stena Drillmax”, que porta una estructura propia de perforación, tenía previsto realizar tareas de alistamiento aunque por sus dimensiones se ve imposibilitado de maniobrar en la terminal local. Por un convenio preexistente tiene previsto cargar combustible recién en la planta propia que posee la empresa YPF en Puerto Deseado luego de alrededor de diez horas de navegación. En el puerto de Comodoro Rivadavia los barcos extranjeros cargarán fundamentalmente lodo, una mezcla de bentonita y baritina, utilizada para el procedimiento de perforación; herramientas, cañerías, además de comestibles y elementos utilizados por la tripulación mediante contenedores para cuya carga se contrató mano de obra local. En la zona además se utilizarán dos helicópteros en base a un convenio firmado con la Armada Argentina, otro hecho que parece alimentar la polémica. #

DIARIO JORNADA DIGITAL - 28/05/11.-

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¿Qué nos pasa como Estado, cuando le prestamos ayuda a nuestros invasores para que realicen actividades económicas sobre una zona usurpada por las fuerzas de sus armas? ¿Por qué como pueblo no interpelamos a nuestros gobiernos para que defiendan con decisión la soberanía nacional? ¿Acaso nos importa, nos interesa? 
El concepto de soberanía política y territorial, más allá de implicar la potestad de autodeterminación y el no reconocimiento de una autoridad superior, lleva implícito el sentido de pertenencia a una unidad política, que lógicamente se asienta en un territorio.
Esta apatía frente a la cuestión Malvinas, en la que una porción de territorio se nos es negada por la fuerza de las armas de un imperio, me lleva a reflexionar sobre otro fenómeno que considero la base de éste: el desprecio por nuestro origen, por nuestra unidad política -entendida esta en el sentido de la polis griega- 
El germen de la autodenigración de la que habla Jauretche. Semilla implantada en nuestra conciencia colectiva por los Sarmiento, los Mitre, y toda la tropa de tilingos, que ubican la civilización en las potencias imperialistas.
¿Que es lo que nos pasa como connacionales, cuando no somos capaces de defender intereses comunes frente a la invasión extranjera, ya sea esta militar, culturar, económica?
Nos pasa, que el mayor éxito del imperio, es que ha colonizado nuestros cerebros, nuestro sentido común nacional, y por ello, no necesita más de las armas. El dominio es cultural, nos han convencido que somos inferiores, que debemos rendirnos ante la civilización. Hemos internalizado ese concepto, tanto, que asumimos como normal nuestra condición de subordinados, y actuamos en consecuencia: no discutimos frente al imperio, no lo cuestionamos, lo obedecemos con implacable sumisión, les permitimos traer drogas y armamento en sus aviones militares, no les impedimos ingresar con sus buques a nuestros puertos para que nos roben nuestros recursos naturales. Foucault, afirmaba que la disciplina era la versión capilar del poder. Es decir, la disciplina penetraba en el individuo hasta las fibras más pequeñas, internalizando el poder. El individuo obraba como quería el poder, pero no por obediencia, sino por convencimiento. Convencimiento que la disciplina se había encargado de instaurar en su mente. De igual modo, el imperio ha logrado introducir su voluntad en nuestro ADN. No ya por las armas, sino por el dominio cultural, inyectado en nuestra estructura genética nacional a través de los "intelectuales" serviles, a través de los diarios, de las radios, que una y otra vez, nos recuerdan lo bárbaro, lo mediocre, lo incapaces que somos, y lo iluminados que son ellos, los dueños del mundo.

domingo, 22 de mayo de 2011

Desencuentros...

“…Mis dedos estaban tan torpes que al arrancarla del sobre desgarré la hoja de papel amarillo donde iba a surgir milagrosamente la presencia emocionante de Lewis: la carta estaba escrita a máquina, era alegre, cariñosa y vacía, y durante un largo rato contemplé con estupor la firma que la sellaba, implacable como una lápida mortuoria. Por más que releyera mil veces esa página y la martirizara, no exprimiría ni una palabra nueva, ni una sonrisa, ni un beso; y podía volver a esperar: al cabo de mi espera no encontraría sino otra hoja de papel. Lewis había quedado en Chicago, seguía viviendo, vivía sin mí. Me acerqué a la ventana, miré el cielo de verano, los árboles dichosos, y comprendí que ahora solamente empezaba a sufrir. El mismo silencio; pero no había más esperanzas, siempre sería ese silencio ¿Cuándo nuestros cuerpos no se tocaban, cuando nuestras miradas no se mezclaban, qué había de común entre nosotros? Nuestros pasados se ignoraban, nuestros futuros se huían, a nuestro alrededor no se hablaba el mismo idioma, los relojes se burlaban de nosotros: aquí brillaba la mañana y era de noche en el cuarto de Chicago, ni siquiera podíamos darnos una cita en el cielo. No, de él a mi no existía ningún pasaje, salvo esos sollozos en mi garganta, y los reprimí […] Por las calles de París crucé cientos, miles de hombres que tenían como Lewis, dos brazos, dos piernas, pero nunca su rostro: es bárbaro cuántos hombres hay sobre la superficie de la tierra que no son Lewis; es bárbaro como hay de caminos que no conducen a sus brazos y de palabras de amor que no se dirigen a mí. En todas partes me rozaban promesas de dulzura, de felicidad, pero nunca esa ternura primaveral atravesaba mi piel […] Lo que Lewis me susurraba entre las líneas de sus cartas eran palabras fáciles de decir: “te espero, vuelve, soy tuyo”. Pero ¿cómo decir: estoy lejos, no volveré hasta de aquí mucho tiempo, pertenezco a otra vida? Como decirlo si yo quisiera que leyera: ¡te quiero! Él me llamaba, yo no podía llamarlo; yo no tenía nada que darle en cuanto le negaba mi presencia. Releí mi carta con vergüenza: como era de vacía; sin embargo, mi corazón estaba tan lleno, ¡y qué pobres promesas!: volveré; pero volveré dentro de mucho tiempo, y será para volver a irme…” (Los Mandarines. Simone De Beauvoir. Págs. 469 – 489)

miércoles, 4 de mayo de 2011

La Criminología Mediática... Un modelo de sociedad

“Se incita a la venganza demagógica”

El juez de la Corte Suprema señala que su libro, producto de casi tres décadas de estudio y reflexiones, no obedece sólo a razones académicas, sino a un “objetivo político-social”: el de desafiar a la “criminología mediática”.

 Por Irina Hauser
“Me siento francamente abrumado”, suspiró el juez de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni, mientras hacía un paneo por las casi mil personas que lo habían ido a escuchar. “Empiezo a sentir miedo de lo que escribí”, bromeó. Con la misma acidez y un gran sentido del humor, se tomó media hora para explicar que La palabra de los muertos, el producto de casi tres décadas de estudio y reflexiones, no obedece sólo a razones académicas, sino a un “objetivo político-social”: el de desafiar a la “criminología mediática”, aquella que pinta un mundo amenazado exclusivamente por el delito común y el terrorismo; aquella que se construye desde los medios de comunicación, al servicio del poder y de un modelo de “Estado gendarme” o “policial” de raíces estadounidenses, que infla el miedo, alimenta la paranoia, estigmatiza e instala la creencia de que la única salida está en respuestas vengativas como encerrar, castigar, reprimir y ajusticiar.
La fuerza de ese paradigma, dice Zaffaroni, ha vuelto invisibles a los muertos en las mayores masacres, que –sin embargo– son ejecutadas por el propio Estado y que abarcan no sólo casos como el genocidio armenio, el holocausto, las matanzas en Ruanda, Somalia o Irak –entre otras decenas–, sino lo que llama “masacres por goteo”, más lentas pero no menos destructivas, donde entran desde las torturas, los muertos en las cárceles, hasta las víctimas del uso irresponsable de armas y las ejecuciones sin proceso. Son homicidios de seres indefensos, pero no entran en las estadísticas, según advierte. Por eso propone una “criminología cautelar”, capaz de prevenir la multiplicación de las masacres, “preservar la vida humana” y propiciar una “sociedad inclusiva” corriendo el foco de “la exaltación del poder punitivo”.
A juzgar por el poeta Juan Gelman, La palabra de los muertos. Conferencias de criminología cautelar (Ed. Ediar), más que un libro es “una hazaña”, según describió en el prólogo. “¿Es posible cambiar la criminología, el derecho y el sistema penales y los modelos de policiales para prevenir, impedir o moderar la violencia del poder y, en consecuencia, reducir la punición a lo estrictamente necesario sin recurrir a la fábrica de cadáveres?”, se pregunta Gelman, y anuncia que “el autor piensa que sí, que hay que hacerlo”, e invita a leer la obra. Zaffaroni la escribió “en lenguaje coloquial”, para que la pueda leer quien quiera, explicó ante la multitud que lo fue a escuchar en la Feria del Libro. “Este deseo de que trascienda obedece a que vivimos una época en que hay una tremenda construcción mediática de la realidad”, alertó. “Una construcción peligrosa, paranoica. Es como si los curanderos se hubiesen apoderado de la opinión pública a través de los medios masivos de comunicación y la ciencia médica se hubiese quedado en la Facultad de Medicina encerrada, o los políticos construyesen hospitales, o no, o hiciesen campaña de vacunación según lo que dicen los curanderos”, ironizó.
Zaffaroni fue ovacionado ante cada definición, y festejado con risas sonoras ante cada comentario mordaz. “El título del libro no es una propaganda de una empresa de pompas fúnebres”, sonrió. “La única verdad es la realidad y la única verdad de la criminología son los muertos. Sucede que la criminología se ocupó de todos los delitos y del poder punitivo pero se olvidó de las masacres. Olvidó que los estados cometieron más de 100 millones de homicidios calificados por lo menos por alevosía. Mataron a dos personas de cada cien. ¿Qué índice de homicidios hay en Argentina? Menos de 6 por cada 100 mil habitantes”, contrastó. “En los países donde se cometieron genocidios, esos muertos quedan fuera de las estadísticas criminales. ¿Y quién los mató? El Estado, el poder punitivo, el mismo que tenía que haber preservado la vida. Fueron la policía, la Gestapo, la Kgb, y cuando no los mató la policía los mató el Ejército, pero no en guerra, en función policial.” El libro dice que estos muertos son “los desaparecidos de la criminología y su consorte, el derecho penal”.
En el amplio escenario de la Sala Jorge Luis Borges, entre luces brillantes y coloridas, el juez supremo estuvo acompañado por el ex ministro de seguridad bonaerense León Arslanian, el abogado y militante de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) Pedro Paradiso Sottile y el periodista Víctor Hugo Morales. El moderador fue el catedrático guatemalteco Landelino Franco, a quien llenó de elogios.
Paradiso contó que al leer el libro se ubicó rápidamente a sí mismo “en el lugar de los muertos”, “en el lugar de la marginación”. “La medicina decía que éramos enfermos, peligrosos, se preguntaba si teníamos el cerebro más pequeño. Y tampoco estamos hablando sólo de la inquisición, sino del año pasado, cuando se discutía la ley de matrimonio igualitario.” Paradiso citó cifras elocuentes: “hay ochenta países que criminalizan la homosexualidad con prisión y siete con pena de muerte”.
“El poder es ser dueño de la verdad”, citó Víctor Hugo a Maquiavelo. “No hay poder más grande y más peligroso que el que tiene el poder de la construcción de esa verdad”, dijo. Haciéndose eco de las afirmaciones de Zaffaroni –a quien llamó “el Maradona de la Justicia”–, sostuvo que esa construcción llega al punto de lograr que se legisle en función de ella. Refrescó un informe de la BBC que dice que “en Argentina hay poca violencia y mucha preocupación”. E ilustró con una anécdota del pueblo de Laprida, donde mucha gente anda en bicicleta, la deja en la calle y sin cadena, duerme con la puerta de su casa sin llave y sin embargo, cuando les preguntan cuál es su principal problema, dicen “la inseguridad”.
Arslanian, a quien Zaffaroni recordó conocer “desde que teníamos nuestros modestos juzgaditos de sentencia en un corredor que parecía un supermercado”, hizo una exposición más teórica y se ocupó de resaltar nociones clave del texto: “la criminología mediática tiene una finalidad política para defender modelos económicos determinados, contrarios a la distribución”, e “instala demandas de ley y orden”. “El poder punitivo se apropia del problema de la víctima y se convierte en una traba para resolver el conflicto”, y así es como “los Estados cometieron más homicidios que todos los homicidas del planeta”.
“El peligrosímetro manda a matar toda sombra que se mueva, los grandes medios de comunicación son grandes miedos”, dice el escritor Eduardo Galeano en la contratapa. Zaffaroni, antes de empezar a hablar, le regaló un sentido agradecimiento, igual que a Gelman. Miró a la multitud y nombró a todos sus colaboradores, a Estela Carlotto, al procurador Esteban Righi, ministros (estaba Amado Boudou), a la defensora General Stella Maris Martínez, a legisladores (estaban Diana Conti y Fernando Navarro entre otros), a Lita Boitano y hasta a su custodio de treinta años, César López. Entre el público estaban hasta los mozos de la Corte.
Zaffaroni precisó que “la criminología mediática” que “incita a la venganza demagógica”, “a liberar al poder punitivo de los controles” y “que busca ponernos en el camino de las masacres” es un producto nacido en Estados Unidos, pero a esta altura es un fenómeno mundial, que se reproduce tanto en América latina como en Europa. “Es el modelo de Reagan-Bush –explica– que propone un Estado gendarme, que es excluyente y tiene por función mantener a los excluidos a raya”, y que sucedió al de Franklin Roosevelt, que “era incorporativo y pretendió establecer el Estado social”. “Hoy la publicidad del enorme aparato penal de EE.UU. recorre el mundo; hace que uno de cada cien norteamericanos esté preso. Hay más de dos millones de presos. Tres millones controlados por el sistema penal y tres millones trabajando para ese sistema, lo que implica que además es una variable de empleo y desempleo”, insiste. Y concluye que la discusión de fondo es entre esos dos modelos. “El del Estado social de derecho puede fallar. Pero el Estado gendarme invariablemente termina mal. El excluido un día empieza a resistirse, entonces el gendarme lo mata, o el excluido vence al gendarme y se arma un caos”, vaticina. La decisión, advierte, es entre profundizar los “modelos democráticos”, de “estado de bienestar” y de “una sociedad inclusiva”, o poner en jaque el estado de derecho.

PAGINA 12 - 04/05/11.-

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-21586-2011-05-04.html

sábado, 30 de abril de 2011

El Sindicalismo, en el centro de la escena...

Péguele a Moyano


 Por Luis Bruschtein
Como dice Vargas Llosa, el nivel de barbarie en el que está sumida la Argentina surge de manera ostensible si comparamos que en el mismo día de ayer las masas británicas se convocaron para festejar alegre y civilizadamente una boda en su familia real, en la monarquía que los adorna, mientras que aquí en esta Argentina barbárica se realizaba quizás el acto más grande del Día de los Trabajadores que se haga en Sudamérica.
Y el acto fue encabezado por un ser demonizado por los medios, acusado de piantavotos para la clase media, enemigo del establishment y de los políticos que hacen campaña a su costo. Cualquiera que quiere posar de prócer de la ética sigue el consejo del “péguele a Moyano”. Como dijo el susodicho en su discurso: “Nos vienen a hablar de moral con la bragueta abierta”.
Tanta palabra hueca, tanto desprecio y oportunismo barato, tanta campaña para autoconvencernos de que somos deleznables, termina por generar simpatía por lo que se critica o sea, por esta supuesta barbarie que por primera vez en muchos años incluye en todos los sentidos en vez de excluir, como sucedía cuando Argentina era “civilizada”, en los ’90, en la Década Infame o en la dictadura. Y tanto encarnizamiento con Moyano lleva a pensar también que algo bueno debe tener.
El ensañamiento con Moyano tiene algo del sentido común de una clase media colonizada por una cultura dominante que encuentra siempre sospechosas las formas de participación u organización de los sectores populares. La corrupción nunca está en los directorios de las grandes empresas o de los bancos o los organismos financieros internacionales. Los “investigadores implacables” van siempre tras estas formas de expresión de poder popular. La sospecha recae siempre allí. Hay políticos supuestamente progresistas y otros no tanto que basan toda su carrera en perseguir sindicalistas corruptos, que serían todos menos uno o dos que servirían para desmentir el fondo de la cuestión, que es el antisindicalismo o el antipiqueterismo. Y no se trata de beatificar a Moyano, sino de sacar del medio esa sospecha ignorante que no tiene nada que ver con las luchas por la democratización en el movimiento obrero.
Una columna de trabajadores atravesaba ayer el barrio de San Telmo para llegar a la 9 de Julio. Los vecinos se asomaron para verla pasar y la actitud de estos buenos vecinos era como si estuvieran viendo la caravana del circo con la jaula de los monos. Entonces, uno de los trabajadores les gritó con ironía: “¡Vengan, vengan, que nos pagan cien pesos!”. La ironía del supuesto “mono” fue tomada como literal por los supuestos “civilizados”. Entonces uno se pregunta quién es el mono y quién el civilizado, porque fueron muchos los periodistas de las radios que chachareaban sobre la concentración obrera y aseguraban la desmesura de que a los cientos de miles que estaban en el acto les habían pagado para que fueran.
Todas estas mezquindades también llevan a hablar de la baja calidad del voto de los pobres y otras tilinguerías de mediopelo. Es falsa la discusión de buena fe en la maraña de esa forma de pensar culturalmente subordinada al statu quo que concibe a todos los piqueteros y los gremialistas como corruptos por naturaleza, menos a los dos o tres que simpatizan con ellos. Como si la corrupción estuviera en la naturaleza de las organizaciones sociales y los honestos fueran la excepción. Cualquier forma de organización popular cae bajo sospecha por el mero hecho de serlo. O sea, son corruptas porque son organizaciones sociales.
Seguramente algún biempensante sonreirá con superioridad si lee estas líneas. Y bueno, que arme una lista opositora y desbanque a los gremialistas que según él serían tan odiados por sus bases. Cuando lo intente, verá que no es tan fácil y que tampoco las cosas son tan burdas como las creía.
Por fuera de esta suma de prejuicios y visiones arbitrarias, que solamente tienen consistencia porque están justificadas por un sentido común dominante que cualquier intencionalidad democrática necesita eliminar, hay un debate verdadero en el seno de los movimientos sociales, y del movimiento obrero en particular, que tiene que ver con un proceso necesario de transformación. Ese debate tiene muchos protagonistas, ya sean los sectores clasistas, la CTA, el sector combativo de Moyano, el grupo de los Gordos o la CGT de Barrionuevo.
El sindicalismo argentino tiene dirigentes que se eternizan al frente de sus gremios, que a veces son socios de las patronales a través de empresas tercerizadas o proveedores de salud. Hay manejo displicente de los fondos gremiales, que producen enriquecimientos inexplicables o simplemente enriquecimientos, porque es difícil que un sindicalista se pueda enriquecer. Todo eso demuestra que la estructura sindical necesita reformularse.
Moyano ha sido el más demonizado, a pesar de que no es el peor de la clase. La corriente gremial que representa, la del peronismo combativo, más de una vez se movilizó cuando los demás se replegaban. Así lo señaló Moyano en su discurso ayer, cuando recordó al Grupo de los 25 y la huelga que convocó contra la dictadura, que fue la primera contra los militares. Los gremios combativos fueron también los primeros que se movilizaron contra la dictadura de Onganía y fueron de alguna manera la semilla de la CGT de los Argentinos, de la que algunos de ellos, no todos, formaron parte. No integraron el sector más radicalizado del peronismo, pero en muchas situaciones fueron sus aliados, como Atilio López, el desaparecido vicegobernador de Córdoba y dirigente de la UTA, o el textil Andrés Framini, por solamente nombrar a dos entre muchos. Y es interesante señalar, por ejemplo, que la Juventud Sindical que dirige el hijo menor de Moyano reivindica explícitamente los programas de La Falda y Huerta Grande, con los planteos de los agrupamientos combativos y revolucionarios del gremialismo peronista de la Resistencia. Sin hacer tanta historia, en la época del “voto cuota” durante el menemismo, Moyano puede mostrar que siempre se opuso, al punto de llegar al borde de la fractura de la CGT, al fundar el MTA para desprenderse de la conducción de los sindicalistas menemistas.
La CTA fue más clara sobre esa problemática y sobre otras, ni Moyano ni la corriente que lo impulsa son indiscutibles. Pero tampoco la CTA lo es ni ninguna otra corriente en un debate que se da en forma permanente y que tiene muchas expresiones, como ahora con la discusión por la regulación de las prepagas o la participación de los obreros en las ganancias de las empresas. Estas medidas, que fueron mencionadas también en el discurso de Moyano, junto a otras muy progresivas, son apoyadas por la CGT. Los que se oponen usan la campaña de desprestigio contra Moyano como principal recurso para frenarlas. En una supuesta campaña contra la corrupción ocultan sus intereses mezquinos. Ser juez de la corrupción es más épico que decir que la medicina tiene que ser mercantilista o que, por naturaleza, los trabajadores tienen que compartir las pérdidas, pero nunca las ganancias.
Lo real es que la campaña granmediática de desprestigio contra Moyano ha sido efectiva, más que los esfuerzos antiburocráticos de los pequeños agrupamientos clasistas o las críticas de la CTA. Esa campaña convirtió a Moyano en una paradoja en dos patas. Es el dirigente con más capacidad de convocatoria en todo el país y al mismo tiempo, en lo específicamente político, es uno de los que tienen mayor imagen negativa. Y sin embargo, hasta hubo algún dirigente clasista que reconoció que sus propias bases quisieran estar en el gremio de los camioneros por la eficiencia en la defensa de los intereses de sus afiliados.
Si el acto de ayer fue una demostración de fuerza, logró su objetivo. Pero es muy difícil trasladar la representación gremial a la política. Lo saben los clasistas, cuyas bases son peronistas, y algunos dirigentes gremiales del centroizquierda antikirchnerista, cuyas bases no votan a sus candidatos sino a Cristina. Pero seguramente el armado de las listas tendrá en cuenta el acto de ayer, que levantó tantos rubores y avemarías en vargallosistas y biempensantes.

PAGINA 12 - 30 de abril de 2011

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-167340-2011-04-30.html

miércoles, 27 de abril de 2011

La igualdad, la democracia y los incontables de la historia

Por Ricardo Forster *
1 Reflexionar políticamente sobre la cuestión, siempre acuciante, compleja y litigante de la “igualdad”, implica acercarse a su núcleo olvidado y, también, a aquello que la sigue colocando en la dimensión de lo subversivo, es decir, de lo que no puede ser reducido a la lógica despolitizadora del capital-liberalismo. Supone interpelar lo que de la democracia se pone en juego cuando la inquietud gira alrededor de la suma de los muchos en un sistema de cuentas que suele eludir la aritmética de los iguales en nombre de una naturalización de la desigualdad. Pero lo hace también asumiendo la diferencia y la diversidad como proliferación de multiplicidades en el interior de los iguales y nunca como negación homogeneizadora, abriendo, de ese modo, el puente de ida y vuelta entre la igualdad y la libertad, esa extraña pareja que se ha llevado tan mal a lo largo y ancho de la historia, pero de cuya intercambiabilidad depende el destino de la propia democracia.
Vemos de qué manera la democracia es un espacio de litigio, pero también descubrimos su núcleo libertario en consonancia con la exigencia que la marca desde los orígenes y que se relaciona con la parte de los que no tienen parte en la suma de los bienes materiales y simbólicos, en ese plus que desestructura lo establecido, que desfonda lo que se ofrece como acabado y que se muestra como proliferación de formas abiertas. La democracia desplegada a lo largo de la historia no ha dejado de mutar y de buscar, una y otra vez, formas capaces de expresar lo inexpresable de su modo incompleto de ser. Su potencia recreadora se corresponde con el rebasamiento de los límites, con ese más allá de la ley que, sin embargo, no ha dejado de constituir uno de sus focos conflictivos allí donde los dominadores de cada época buscan cerrar el proceso de regeneramiento y de reinvención que permanentemente sacude a la vida democrática.
Pensar la democracia como lo ya establecido, cerrarla y acorralarla en el interior de fronteras definidas de una vez y para siempre ha constituido la contrautopía del poder. Los incontables han sido los portadores del ensueño igualitario que se guarda en la promesa originaria de la invención democrática (asumiendo, en su travesía por la historia, las diversas características de los ciudadanos no propietarios de la antigua Atenas, de la plebe romana, de los siervos de la Edad Media, de los pobres y miserables de los primeros tiempos del capitalismo, de las muchedumbres revolucionarias emergidas de lo más profundo del Tercer Estado, de los proletarios de una época dominada por la industria, de las masas desarrapadas y anónimas de las vastas regiones coloniales y semicoloniales, de los parias y de los explotados de todos los tiempos, de las multitudes de ayer y de hoy que siguen mostrando que algo no funciona en la aritmética de la democracia allí donde hay una parte, la mayoritaria, que se queda fuera de la suma).
Esos incontables que han atravesado, bajo diversas metamorfosis, el tiempo de la explotación y la desigualdad, constituyen lo irrepresentado del orden republicano, el lugar de los que no tienen lugar, el nombre de los que carecen de nombre porque son arrojados al anonimato de lo inconmensurable. El discurso del poder, su trama ideológica más decisiva ha buscado, desde siempre, invisibilizarlos o, cuando no lo ha logrado, expulsarlos de la decisión racional arrojándolos a los márgenes de la barbarie. Han sido, y siguen siendo, los bárbaros, los negros de la historia, la fuerza del instinto que amenaza quebrarle el espinazo a la ley de la República llevando a la sociedad a un tiempo sin tiempo de la noche civilizatoria.
Son el espanto y lo espectral de una memoria que insiste con recordarnos la violencia que se guarda en lo más profundo e íntimo de las multitudes. Es desde ese miedo a la anarquía, a la locura del desorden de los muchos, al rebasamiento de los controles que se fue montando el contradiscurso neoconservador de las últimas décadas del siglo XX; un discurso que ha buscado desactivar la tradición de las rebeldías y de las insubordinaciones de aquellos que, al moverse como masa compacta y diversa, arremeten contra la estructura del sistema. Miedo, entonces, al regreso del sujeto activo y consciente de sus demandas y de su fuerza (aunque, y eso ya lo sabemos, no se trate de un sujeto unívoco ni signado por el “sentido” de la historia articulado con la verdad esencial de su destinación), de aquel que cuestiona con su sola presencia en la escena pública la transformación de la política en administración, en la acción contable de los gerentes que se dedican a gestionar, bajo distintas formas de ingeniería social, aquello que llamamos “la sociedad”.
Por eso, bajo el nombre de democracia se dicen cosas muy disímiles. Para unos es el cierre del horizonte imprevisible de la era de las revoluciones y la llegada al puerto seguro de la economía mundial de mercado enhebrada con la forma liberal-republicana como quintaesencia del ideal democrático. Para otros es, como siempre, un desafío sin garantías, una apertura permanente del horizonte de la inteligibilidad para aventurarse por nuevas regiones de la acción y del sueño transformador. Para los primeros, la historia ya está sellada. Para los segundos, el tiempo de esa misma historia sigue sin realizarse allí donde la promesa de la redención continúa dibujándose como proyecto inconcluso. Para unos, la democracia es sinónimo de orden y seguridad, es decir, mutación republicana que debe ocuparse incansablemente de custodiar las amenazas que ponen en riesgo su legitimidad. Para los otros, el movimiento, la subversión, la conmoción y lo inesperado constituyen la fuerza vital de la democracia que es vivida no como perfección sino como confusión.
2 Girando nuestra perspectiva hacia América latina (hasta ahora el centro de la resistencia contra las políticas neoliberales, resistencia que en estos meses calientes se despliega también en gran parte de los países árabes señalando la radical puesta en cuestión de un dispositivo de dominación que durante décadas sostuvo y fue cómplice de los mismos regímenes a los que ahora crítica y denuncia) podemos descubrir rasgos semejantes entre nuestros progresistas capaces de denunciar la envergadura explotadora y corrosiva del capitalismo mientras rechazan, con indignación neopuritana, la aparición de movimientos de raíz popular que, con sus desprolijidades y sus impurezas ideológicas, cuestionan en sus prácticas reales al sistema aunque todavía no lo hagan de ese modo “radical” tan caro al purismo de nuestros progresistas (quizá lo hacen del único modo que lo pueden hacer después de décadas de reconstruir pacientemente el daño producido por una cuantiosa derrota histórica que no dejó intocadas las ideas popular-emancipatorias).
El dominio de la ideología de un capitalismo posproductivo traía como una de sus consecuencias fundamentales un doble vaciamiento: de la política como lenguaje del conflicto y del sujeto social capaz de encarnar la disputa por la igualdad. Lo que resultó intolerable de la irrupción kirchnerista fue su a deshora, la absoluta anacronía de su presencia en un tiempo de clausura en el que sólo podía ser reconocido el pueblo como objeto de estudio de historiadores y antropólogos, de sociólogos y psicólogos pero ya no como sujeto del cambio histórico. En ese retorno de lo inesperado, en esa vuelta de tuerca de lo ausente, radica el escándalo de lo que en otro lugar he llamado “el nombre de Kirchner”. El litigio que atraviesa la vida democrática, invisibilizado pacientemente por los dispositivos ideológico-culturales del sistema, se ha vuelto a hacer presente recobrando, en parte y bajo nuevas perspectivas e invenciones, lo que desde siempre se guarda en la memoria de las multitudes y que, bajo determinadas circunstancias, vuelve a emerger para reintegrar la parte de los incontables en la suma de la distribución.
Un progresismo que terminó por reducir la democracia a su variante republicana e, incluso, redujo la propia idea de república a su forma más estanca y conservadora. Un progresismo que después de “recuperarse” de la borrachera revolucionaria transformó dramáticamente su mirada del mundo y de la historia hasta arrojar al tacho de los desperdicios aquellas ideas y aquellas luchas que tanto lo habían conmovido en un pasado no tan lejano pero que, ahora y bajo las seducciones de la sociedad global de mercado, habían mutado en testimonio del horror totalitario, en desvarío homicida (acoplado a las interpretaciones liberal-conservadoras de la historia moderna, nuestros progresistas aceptan la homologación, propuesta por esa ideología, entre movimientos revolucionarios, cuya matriz originaria la constituyó la Revolución Francesa, y las diversas formas del totalitarismo). Para muchos progresistas de la era neoliberal significó instalarse en la comodidad de sus profesiones académicas y/o liberales (como se decía antes) desde las cuales fueron destejiendo los telares tejidos en una etapa de la historia cerrada por la llegada de un realismo adulto. Seguridad y tranquilidad que fueron convirtiéndose en rasgos de carácter, en afirmación de una nueva sensibilidad a contramano de una memoria que les recordaba las épocas del sobresalto. Si el precio a pagar era el de la lucha por la igualdad, lo pagarían. Si la consecuencia era destituir lo que otrora fue el reconocimiento del papel de las multitudes en las grandes gestas transformadoras, lo harían justificando teóricamente la decisión al convertir a esas mismas masas populares, antes garantes de la libertad y el cambio histórico, en fuerzas ciegas y manipulables, en aluviones pasivos de multitudes dirigidas por líderes populistas o, peor todavía, en masas telemáticas absolutamente vaciadas de toda conciencia.
Para los progresistas, arrojados con cuerpo y alma a las aguas puras del ideal republicano-liberal, la genealogía de las resistencias populares encontraban su legitimación sólo y en cuanto habían contribuido a la realización histórica de la democracia (restringida de acuerdo con esa matriz de “orden y progreso” portada por las clases dirigentes), pero se volvían sospechosas allí donde habían rebasado los límites permitidos y habían mezclado de forma alocada los distintos condimentos de la vida social. En nuestra actualidad, esas mezclas asumen los rasgos del “maldito populismo”, la destilación más degradada, así lo leen, de las tradiciones populares que abandonando su antigua matriz emancipatoria (clausurada de una vez y para siempre de acuerdo con las pautas ilustradas) se lanzaron, en tanto multitudes ciegas, a los brazos de dictadorzuelos bizarros o de aventureros inimputables capaces de travestir los ideales revolucionarios, de utilizar sus memorias más encendidas y venerables, para desquiciar la vida republicana, vaciar la democracia y enriquecer sus arcas privadas. Para los progresistas se trata de la llegada de los impostores que han logrado imponer un lenguaje de la impostura manipulando a su antojo los deseos de unas masas atrasadas que no han podido salir, todavía, del tutelaje y del clientelismo.
Sin siquiera sonrojarse eligen el partido de los dueños de la riqueza y del poder real para enfrentarse a los “usurpadores de las tradiciones libertarias”. Algunos de ellos, autodesignados como custodios de la verdadera tradición revolucionaria o nacional-popular, no dudan en aliarse con las derechas a la hora de buscar la destitución de gobiernos caracterizados como impostores y falseadores de la memoria popular. Incapaces de leer las complejidades de esta etapa de la historia, y más incapaces para descubrir las impurezas de la lucha política, salen al ruedo afirmando su condición de “verdaderos exponentes de las ideas revolucionarias” y denunciando a los gobiernos que en la actualidad sudamericana, con sus idas y vueltas, con sus logros y sus errores, han reabierto el surco de la historia emancipatoria, como los enemigos a derrotar, como portadores de una peste que infecta a los pueblos. Aquello que dicen de los Kirchner en Argentina, también lo dicen, los respectivos “puritanos”, de Evo Morales en Bolivia o de Correa en Ecuador. Ni Chávez ni Lula, que también han contribuido, con sus peculiaridades, a la riqueza de este momento latinoamericano, escapan a estas caracterizaciones.
Pero también –los progresistas que se han vuelto liberalrepublicanos–, en la continuidad de su profundo rechazo de lo que otrora fueron los ideales de la revolución, asumen, como propia, la mirada prejuiciosa de las clases ricas respecto de la emergencia de movimientos populares que buscan, bajo nuevas experiencias y nuevos lenguajes que se enhebran con sus historias, avanzar en sumar a los que no participan de la distribución. Un doble rechazo atraviesa su visión: de la idea de igualdad como centro nuclear del litigio democrático (de una igualdad que apunta a lo que no se reparte de lo material y de lo simbólico) y de la potencia regeneradora de vida colectiva que se guarda en el interior de la reconstitución del pueblo. Sin siquiera percatarse de ello han adquirido los prejuicios que antes de ayer repudiaban. Para ellas el fin de la era de las revoluciones, su inevitable crepúsculo, no significa la imperiosa necesidad de buscar nuevas maneras de resistir a la injusticia y de avanzar hacia el sueño de otra sociedad, sino la asunción, lisa y llana, de un fin de la historia entendido como llegada, nos guste o no, al puerto del mercado global y de su socia inevitable, la democracia liberal. Lo demás es violencia, populismo, desorden y autoritarismo.
* Doctor en Filosofía, profesor de las universidades de Buenos Aires y de Córdoba.

PAGINA/12 -27/04/11  

domingo, 24 de abril de 2011

El Rol del Estado... Seguimos con Vargas Llosa

Hood Robin o los populistas del mercado


 Por Mario Rapoport *
Si Moisés bajó del Monte Sinaí trayendo las tablas de la ley, al menos no se creía su autor, se las atribuía a una autoridad divina. En cambio, el economista austríaco Friedrich von Hayek siguió un camino inverso cuando organizó desde 1947 reuniones anuales de economistas y empresarios a los pies del Mont Pelerin, en Suiza.
Era un nuevo credo que no provenía de un dios sino de un hombre, aunque muchos veían en él al dios del mercado y del individualismo. Uno que proclama el triunfo del derecho de propiedad sobre el de comer y tener una vida digna, o que señala que para mantener una sociedad libre sólo basta con establecer reglas de “justa conducta” impuestas a todos los ciudadanos por igual, aunque predominen las desigualdades.
Para Von Hayek, el Estado no debe tener ninguna injerencia en la actividad económica y la libertad individual (de propiedad) no depende de la democracia política. Por el contrario, es necesario que prevalezca sobre ésta si resulta perjudicada por el voto de la gente (por eso las cálidas relaciones del iluminado economista con dictaduras como la de Pinochet).
Un economista liberal decía hace unos años que Hayek y la Sociedad del Mont Pelerin eran al siglo XX lo que Karl Marx y la Primera Internacional fueron al siglo XIX. Y en parte tuvo razón: el fantasma que recorrió el mundo en los últimos tiempos produciendo devastaciones económicas parecidas a las de los tsunami no fue el del comunismo sino el del neoliberalismo, la doctrina que abreva en las ideas de Von Hayek.
Todo esto venía a propósito de Vargas Llosa, y la coincidencia de su doble presencia en Buenos Aires, donde el Obelisco elevó su estatura y se transformó en un nuevo Mont Pelerin, permitiendo además al escritor hablar del liberalismo, el populismo y otras yerbas por el estilo en la Feria del Libro. Tendría atrapado un público mucho más amplio que los miembros de su decadente sociedad y mataría dos pájaros de un tiro. La mayoría de la gente seguiría viéndolo como Premio Nobel y unos pocos amigos como compinche.
A eso hubiera querido dedicarme aquí, a hablar sólo de Vargas Llosa y de Von Hayek y a tratar de explicar por qué el paraíso prometido por el neoliberalismo fracasó tanto como el del “socialismo real”. Ya tenía un argumento, Von Hayek era el Marx de nuestra época, sólo que al estilo Hood Robin.
Pero, cuando iba a seguir escribiendo, algunas lecturas y películas recién vistas me embrollaron las ideas. Un antiguo economista de izquierda, ahora reconvertido, nos dice desde un diario de la derecha tradicional que el populismo fracasa porque para distribuir ingresos primero hay que acumular. Populismo sería, para él, distribuir sin acumular. Claro que el problema surge cuando nos preguntamos a qué tipo de distribución nos referimos.
Y entonces veo una película rusa-francesa que se llama Concierto y me alegra muchísimo saber que en el mundo donde reinaba el totalitarismo ahora todos son libres. Eso sí, muchos se mueren de hambre y ni siquiera pueden ejercer su profesión y deben limpiar letrinas, mientras otros organizan bodas gigantes para cientos de personas. Estos son los antiguos tecnócratas que se quedaron con la torta de la boda gracias a gente como Von Hayek: la propiedad es sagrada si uno consigue robarla a tiempo.
Cada vez nos resulta más claro; la cuestión no está en la dicotomía acumulación-distribución, sino en tener una idea más precisa de acumular para qué y distribuir para quién. Una cosa es acumular en beneficio de los que se quedan con los dividendos o los altos sueldos de las grandes empresas. O para que esos frutos del progreso técnico se derramen en las cañerías del lavado de dinero y la criminalidad; deterioren en forma salvaje la nave espacial en la que vivimos, o permitan armar unas cuantas guerras para lucrar con las vidas de otros. Eso no es populismo. Será porque se trata de una palabra que asocia a muchos y los que disfrutan de esta suerte de populismo son pocos.
Pero nuestros sabios economistas se olvidan de que los ilustres fundadores de su ciencia, que es la economía política, eran en su época unos malditos populistas. En su lucha contra el monopolio colonial y las monarquías absolutas, el laissez-faire de Adam Smith representaba el populismo de los sectores medios: industriales, comerciantes, profesionales, etc. Qué mejor que liberar las fuerzas del mercado para abatir a tiranuelos y favoritos que se llevaban la mayor parte de la torta.
Peor aún sucedió con las peligrosas ideas de su colega David Ricardo, que se dio cuenta de que los aristócratas del campo tenían una renta diferencial sobre la que construían sus lujosos castillos y decidió aclarar la cuestión en sus Principios de Economía; una 125 intelectual para su época. Aun así, se tardó casi treinta años en lograr que se abolieran las leyes de granos que los protegían. Introdujo de ese modo la teoría de la distribución, demostrando que los terratenientes acumulaban a costa de los demás.
Entonces llegó Marx denunciando que el populismo de Smith y de Ricardo no era suficiente para distribuir mejor las riquezas y que la acumulación volvía a quedar en manos de unos pocos. Ya no eran monopolios comerciales o grandes propietarios rurales, ahora se llamaban en su conjunto capitalistas y superpoblaban el mundo de pobres.
Pero todavía, para colmo de males, vino luego Keynes, que demostró que los vientres gordos de los ricos no llegaban a comerse todo lo producido. No podían seguir vendiendo y estalló la crisis: era el Estado el que debía intervenir creando la demanda necesaria para volver a acumular. Otro populista más y muy peligroso.
Todas esas ideas había que mandarlas al tacho de la basura si se quería mantener una distribución justa para los que acumulaban. Y por ese sendero cabalgó Von Hayek desde Suiza hasta Chicago, regado por el dinero de generosas fundaciones. Más aún, el mal mayor estaba ahora en Adam Smith. Demasiada libertad de mercado, lo que no servía a las multinacionales, no fuera a ser que esa libertad se metiera dentro de sus empresas. No señor, allí ejércitos de economistas y contadores planifican bien las ganancias; el que no debe planificar es el Estado, un monstruoso andamiaje que sólo sirve para apropiarse de los beneficios ajenos y repartirlos a los que no pueden planificar su futuro.
Los pobres músicos de la película Concierto, ex integrantes echados del Bolshoi por defender la libertad de expresión antes de la caída del “socialismo real” y no reincorporados luego, logran engañar a los burócratas que dirigen el nuevo Bolshoi, creando una orquesta propia para tocar y triunfar en París. Pero al final se advierte que si se llega a hacer una continuación de la película volverán a ser pobres y el director de orquesta regresará a limpiar las letrinas del teatro. La libertad del Mont Pelerin es verdadera para los magnates mafiosos que festejan bodas fastuosas. El “capitalismo real” y el “socialismo real” terminaron siendo dos caras de una misma moneda. Por eso, para que las cosas continúen así, no hay que dejar entrar más por la puerta de la academia a economistas populistas que la envilecen, si es que los enmarcamos en su época no como dogmas, se llamen Smith, Ricardo, Marx o Keynes.
* Economista e historiador.
PAGINA 12 - DOMINGO 24/04/11
http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-166902-2011-04-24.html

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Considero sustancial el siguiente párrafo: “…Y entonces veo una película rusa-francesa que se llama Concierto y me alegra muchísimo saber que en el mundo donde reinaba el totalitarismo ahora todos son libres. Eso sí, muchos se mueren de hambre y ni siquiera pueden ejercer su profesión y deben limpiar letrinas, mientras otros organizan bodas gigantes para cientos de personas. Estos son los antiguos tecnócratas que se quedaron con la torta de la boda gracias a gente como Von Hayek: la propiedad es sagrada si uno consigue robarla a tiempo.
Cada vez nos resulta más claro; la cuestión no está en la dicotomía acumulación-distribución, sino en tener una idea más precisa de acumular para qué y distribuir para quién. Una cosa es acumular en beneficio de los que se quedan con los dividendos o los altos sueldos de las grandes empresas. O para que esos frutos del progreso técnico se derramen en las cañerías del lavado de dinero y la criminalidad; deterioren en forma salvaje la nave espacial en la que vivimos, o permitan armar unas cuantas guerras para lucrar con las vidas de otros. Eso no es populismo. Será porque se trata de una palabra que asocia a muchos y los que disfrutan de esta suerte de populismo son pocos…” (el resaltado me pertenece)
Ese es el quid de la cuestión. No hace mucho, al comentar una nota de Página 12, cite un fragmento del genial Jauretche, en el mes de enero de 2011, post titulado ‘LIBRE CAMBIO, LA SOCIEDAD RURAL Y LA DEPENDENCIA ECONÓMICA’ (Arturo Jauretche. ‘Manual de Zonceras Argentinas’ Ed. Corregidor -2010-. Pág. 176 y SS), cuya relectura recomiendo, porque con meridiana claridad, expone la conveniencia del liberalismo económico para las potencias desarrolladas, que han alcanzado ese estatus, gracias a una activa intervención del Estado. Y vuelvo a citar a Don Arturo: “…Pero un día la inteligencia alemana despertó. Mucho le debemos al pensamiento de un economista llamado Litz que teorizó en Alemania y también en Estados Unidos la necesidad de una economía nacional. El nos advirtió que el liberalismo de Adam Smith al propender la división internacional del trabajo y el libre cambio, lo que quería era aprovechar las momentáneas condiciones de superioridad que Inglaterra había logrado creando una industria y una marina, gracias a la protección aduanera y al Acta de Navegación. Y de él aprendimos que Adam Smith, el maestro del liberalismo, era un conquistador más peligroso que Napoleón. Fue cuando Alemania, conducida por el genio político de Bismarck, se unificó, construyó una economía nacional defendiéndose del libre cambio por la protección, subsidiando la producción industrial y la exportación, utilizando al Estado como promotor. En una palabra, organizando una política económica de país subdesarrollado que quiere pasar al frente. Gracias a esta política antiliberal Alemania pasó al frente y ha podido superar dos enormes derrotas en dos guerras y rehacerse de las dos…” (el resaltado me pertenece).
No estamos frente a una discusión ideológica pura, por el contrario, afrontamos una contienda por el ejercicio del poder. Por un lado, el capital concentrado; por el otro el Estado Nacional. Los primeros, en procura de la utilización del poder político para asegurar la rentabilidad indecorosa (y en muchos casos criminal) de sus negocios. El segundo, que debe erigirse como garante de la protección de sus ciudadanos, sobre todo, de aquellos más postergados, más débiles, frente a los avances, justamente, de las corporaciones económicas.
Así planteadas las cosas, el discurso de Vargas Llosa no es neutro, sino que claramente toma partido por las corporaciones económicas. Y la libertad política y económica que declama, en la práctica es libertad de los poderosos para subyugar a los más débiles (situación ante la cual –según esta concepción del mundo- el Estado debe permanecer pasivo, o mejor dicho, reprimir la sublevación de los marginados). Entonces, la consecuencia de aquel pensamiento, no es una sociedad más justa e igualitaria, sino por el contrario, una sociedad que expulsa, que margina, que excluye. Una sociedad hecha a medida de los grupos económicos de poder concentrado y un Estado represor, concebido en función de los intereses de las clases dominantes.
Un intelectual, debe hacerse cargo de las consecuencias prácticas de las doctrinas que pregona. No puede desentenderse de lo que sus ideas generan, y por ello, para Vargas Llosa no es dable pretender pasar como un defensor de la igualdad y dignidad humana (no creo que Ud. sea un ingenuo Sr. Vargas Llosa), cuando su pensamiento trae a las comunidades desigualdad, exclusión, marginación, violencia, pobreza, indignidad. Todo ello, sustrato necesario para los gobiernos reaccionarios, represores, que justamente, son los que implantan, pregonan y defienden, la libertad económica (noción del Estado Gendarme), bandera de las corporaciones económicas.
En síntesis, Sr. Vargas Llosa su pensamiento es deleznable. Y no creo que una persona pueda escindirse de lo que piensa.